Un réquiem es ‘la composición que se canta en ruego por las almas de los difuntos’. Si pones esta palabra en un espejo, encontrarás el título del último single de Izal. Por contradictorio que parezca, si algo logró la banda en el concierto del pasado viernes fue hacernos sentir más vivos que nunca.
Volver a un directo de Izal siempre es un chute de vida, de esperanza, pero también de melancolía. Sus set-lists siempre tienen algún salto mortal que te hace pasar de la euforia al sosiego. Ahí reside su magia. El otro día, dentro de su gira Pequeño Gran Final de Viaje, nos regalaron un concierto que constó de veintitrés temas y muchas sorpresas.
El despegue fue sorprendente. Desde un primer momento, hicieron gala del despliegue audiovisual que han preparado expresamente para esta gira. Arrancaron con su estreno más reciente, “Meiuqèr”; seguido con temas ya convertidos en himnos, “Autoterapia”, “Ruido blanco” y “Copacabana”, la cual nos hizo conectar al cien por cien.
Lo fantástico que tiene Izal es que es capaz de evocar viejas épocas, ya que nunca deja atrás temas antiguos, sino que siempre sabe dar las pinceladas perfectas para recordarnos de dónde vienen. Los siguientes temas formaban parte del álbum que les hizo despegar y con el que muchos nos enamoramos de ellos, Copacabana. Fueron “La piedra invisible”, “Los seres que me llenan” y “Arte moderno”.
Siguiendo con el show audiovisual, pudimos disfrutar de la presencia virtual de Rozalén, aunque su talento traspase pantallas. La aparición de artistas gracias a esta técnica fue recurrente en el concierto. Rozalén los acompañó en la preciosa “Pequeña gran revolución”. Tras un par de temas, aparecieron Sidonie en pantalla para revolucionarnos con “Temas amables”.
El repaso por sus diferentes épocas, desde la alegría de “Qué bien” hasta las emotivas colaboraciones de Mabü en “El temblor” o la de Zahara en “La increíble historia del hombre que podía volar, pero no sabía cómo”, nos llevó a encarar el supuesto final con “Magia y efectos especiales” y “Bill Murray”. Pero todos sabíamos que aún nos quedaba mucho que disfrutar.
La sorprendente colaboración de Miguel Ríos en “El pozo” fue seguida de las imprescindibles “La mujer de verde” y “El baile”. Pero el broche final se pedía a gritos, el público estaba enfebrecido y necesitaba ese final marca Izal. Y llegó con “Pausa”, el mejor fin que podía darse a esta cita, ya que además le acompañó Enrique Bunbury. Dos voces capaces de emocionar hasta al mismo Monte O Gozo.
En resumen, aunque el frío quisiera hacerse protagonista –Galicia no perdona–, Izal supo cómo hacernos llegar todo su calor. Un concierto que nos hizo recorrer la discografía de la banda a la par que los recuerdos que acompañan a cada uno de sus temas. Un disfrute para todos los sentidos. Por una noche, recobramos la santa paz, olvidando el pánico práctico que a algunos nos había inundado durante tanto tiempo.
María Sotelo