Lo que ocurre con El Kanka es algo que él mismo dice en una de sus canciones más famosas: “yo venía de visita y me quedé”. Con cada uno de los temas del malagueño te dan ganas de quedarte un ratito más escuchándole, disfrutando de esas letras que se enredan perfectamente al son de la música; en definitiva, emocionándote.
El Kanka sabe muy bien cómo conectar con su público, desde el que no falla a uno de sus conciertos hasta con el que vino de improviso. Es capaz de derribar con sus acordes cualquier muro que quiera alzarse entre los allí reunidos y él.
Con El Kanka se baila, se echan fuera todos los males; pero también se llora y se te traba la lengua intentado seguir el ritmo de sus juegos de palabras. La noche acabó inundando la sala de ese algo imperceptible a la vista, pero que se te queda pegado a la piel y a los recuerdos cuando has disfrutado de verdad.
Esa sonrisilla que se queda después del primer beso es la misma que se te dibuja cuando sales de uno de sus conciertos. Quizá, por ello, con El Kanka sea imposible una simple visita, sino que sientes esa urgencia de quedarte a vivir en sus canciones.